"Alguien iba a decir algo, pero entonces escucharon en la oscuridad unas pisadas de caballo provenientes de este lado del río.
-Schhh...
Se incorporaron los cuatro suboficiales, intentando ver. La luna, en su fase, apenas iluminaba, y la neblina tampoco servía de ayuda. Tiraron al suelo los cigarros y apagaron rápidamente los faroles, previniendo a la tropa. Los más bisoños se azoraron. Al momento, en el camino, surgieron dos figuras que avanzaban con tiento en la tiniebla.
-Mierda, Mamerto -susurró Villarroya.
Bonifacio Ulrich se adelantó un paso.
-¿Quién vive?
-¿Quién vive?
Silencio. Tintineo de metales. Botas aferrándose a la sequedad y el polvo del suelo.
-¿Quién vive?

-¡FRANCE!
Dos fogonazos estallaron en la negrura, chispeando en el aire caliente, y por un instante dos rostros crispados y peligrosos aparecieron como fantasmas. Los españoles se echaron al suelo sin que los disparos hiciesen blanco. Al momento, sin darles tiempo a los dos exploradores para retirarse, los suizos de Ulrich respondieron con varias descargas de fusil, matando a los franceses. Los caballos huyeron.
-Ya están aquí, Nemesio. Como tú querías.
-Mamerto.
-¿Mm?
-Estás loco."
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