sábado, 21 de febrero de 2015

Crítica de "La Vieja Bandera", por Eduardo García

Nos siguen llegando críticas de la novela. En esta ocasión, recibimos la esperada opinión y análisis de Eduardo García. Una crítica construida desde un punto de vista muy particular, y que, a nuestro juicio, arroja luz sobre zonas y personajes claroscuros del libro. Por ejemplo, sobre Leo. No está de más señalar que Eduardo es el primero que escribe su nombre completo: Leonardo
No es casual...


LA VIEJA BANDERA

Oviedo, 18 de Febrero de 2015


Era una tarde lluviosa de invierno. Desde la ventana del salón se podía adivinar mirando al cielo, que en los planes del clima, tan común en aquella zona, no estaba el de dejar tomar algo más de protagonismo al color azul.

Tocaba esperar a que su novia se acabara de arreglar y en la televisión no había nada que pudiera interesarle lo más mínimo. Como tantas veces, prefirió pasear de un lado a otro de la estancia mirando fotos, y cuadros entre mirada y mirada al reloj. En esto, se fijó en un libro que descansaba sobre una mesita auxiliar. Sobre libretas, bolígrafos, portaminas y fluorescentes, un ejemplar voluminoso le invitó a acercarse. Lo cogió entre sus manos y lo balanceó intentando averiguar su peso.

-Es el “tocho” que Jimena compró el otro día en la librería de don Nicomedes- recordó Leo- últimamente no se separa de él.

Decidió echarle valor y se sentó en el sofá abriendo la portada y pasando las primeras páginas: dedicatorias… hoja en blanco… ¡aquí está, la primera página!.

De primeras, le pareció un libro muy bien escrito, ortografía correcta, lenguaje muy cuidado y una historia que comenzaba muy descriptiva, introduciendo al lector poco a poco en un escenario que no costaba nada imaginar, debido a la minuciosidad del autor en esa tarea. Los personajes iban haciendo acto de presencia poco poco, y casi sin darse cuenta, las páginas fueron pasando una tras otra.

-La guerra de la independencia contra los franceses… de eso había comentado Jimena que trataba...

En esto Jimena entró en el salón, ya había terminado de arreglarse. Vio a Leo con el libro entre sus manos y esbozó una sonrisa juguetona.

-¿Vas a empezar a leerlo?... no te arrepentirás, ¡es una novela increíble!.

Leo asintió sonriente. La verdad es que su intención era solo la de hojearlo mientras ella terminaba de prepararse para salir, pero si había algo que Leo tenía prohibido en su comportamiento consciente era decepcionar a Jimena… así que desde ese día, se propuso a leer las casi ochocientas páginas que aquella novela le ofrecía.

Pasaron los días, y por qué no decirlo, las semanas. A Leo le gustaba leer, pero su ritmo no era maratoniano precisamente. Su momento para la lectura solía reducirse a poco tiempo antes de apagar la luz para dormir cada noche. Pero aun así, algo le impedía dejar de lado aquel libro… casi sin darse cuenta, fue empatizando con los personajes como hacía mucho que no le ocurría. Se sentía parte de ellos, la historia lo inundó hasta el punto de sufrir cada dolor, reír cada broma y llorar cada pena.

Lo único que le resultó más complicado fue el intentar asimilar tanto nombre de personajes que habían sido parte importante en aquella España de principios del siglo XIX, aunque entendía, que el autor había querido dar la mayor información posible a los lectores, no se debía olvidar claro está, que aquella era una novela histórica, y ¿quién duda que la historia está hecha de sangre y nombres?. Salvo eso, la aventura fue rodando página a página, frase a frase y letra a letra.

Le llamó la atención lo minucioso y descriptivo que fue el autor a la hora de narrar cada batalla, de tal manera que Leo no pudo evitar sentir que estaba en medio de aquellas carnicerías esquivando balas, cargando y disparando su arma. El calor, el sudor, el polvo y el hedor de aquellos momentos, se impregnó sin remedio en su mente.

Pero si hubo algo que le llegó a Leo hasta el alma fue la historia personal de los personajes centrales del libro. Había sitio para el humor, para el amor y para las relaciones humanas. Muchas lecturas y moralejas pudo entresacar de aquella aventura… no sabía por qué, pero ese maestro, ese mulero y aquella bordadora acabaron por llegarle al corazón de una forma tan sencilla como sorprendente.

Según avanzaba en la lectura, el interés por los acontecimientos crecía. Cada día el “una página más” se hacía más difícil de controlar, y solo el sueño implacable le hacía decidirse por cerrar el libro y dejar la continuación para el día siguiente. Y es que sin miedo a ser exagerado, Leo descubrió que si bien la novela estaba perfectamente escrita, había partes que denostaban una brillantez impresionante, de esos fragmentos que apetece volver a leer varias veces debido a su belleza.

Tras todo esto, llegó el final… ¡y vaya final!… el punto de misterio que envolvía a la historia desde el principio se desveló, el desenlace de lo que ocurriría con cada personaje salió a la luz, sí, esos personajes de los que ya Leo se sentía amigo. Tanto, que una vez cerrada la contraportada, sintió pena. Pena, por no saber más de aquellos compañeros de lectura, por darse cuenta que no podría nunca abrazar a Teresa, hablar con Alonso, bromear con Tomás ni estrechar las manos de Catalina… porque eso le apeteció nada más leyó la última palabra… abrazarlos a todos y decirles “gracias”. Gracias por haber brotado de la mente de ese autor, por haberle conquistado y por haberle hecho sentir que aquella vieja bandera, estará de por vida doblada en un rinconcito de su corazón, y por haber formado parte de aquella novela, que para siempre tendrá un sitio en su memoria.



Leonardo Hernández-Gatón Suárez.
Avilés, 2 de mayo de 2012