Un escritor novel ante la novela histórica: realidad y ficción.
Hablemos hoy de cómo un autor bisoño, como es el caso, afronta la problemática de confrontar sus personajes y su historia inventada con la realidad histórica en la que se ambienta la trama.
Desde luego, el asunto no es baladí. Un pequeño detalle aparentemente sin importancia puede, bien sacar al lector del curso del relato, bien terminar de atraerlo al submundo que has intentado recrear. La Vieja Bandera transcurre entre abril de 1808 y mayo de 1809. Los personajes tienen, por tanto, usos y costumbres sociales diferentes a las actuales, y el autor debe contar con eso a la hora de hacerlos hablar e incluso sentir, pues sus esquemas mentales y sus procesos de razonamiento no siempre son entendibles mirándolos desde nuestros parámetros de 2013. Esto, en la teoría, parece claro y límpido como agua de manantial. El problema surge cuando te enfrentas al folio en blanco. Y no por faltas de ideas, sino por cómo encajar esas ideas en un siglo que no es el tuyo.
Por otra parte, en La Vieja Bandera confluyen los personajes inventados y los personajes reales. Éstos últimos, cabe decir, son reales de nombre y existencia, pero eres tú quien los hace hablar, actuar, pensar. Intentas hacerlo de la manera más fidedigna posible a cómo podrían haberlo hecho. En este sentido, es muy útil buscar citas que reproduzcan sus propias palabras, o fuentes cruzadas o secundarias. Algunas resultan curiosas en este sentido. Por ejemplo, Napoleón Bonaparte y el general suizo-malagueño Teodoro Réding, nunca hablaron de tú a tú, sin embargo, Napoleón pronunció aquella frase: “Por todas partes por donde voy en Europa, encuentro a Réding frente a mí”.
Es una simple frase muy del gusto del Gran Corso, que a la vez nos revela varias cosas: que Napoleón reconocía en Réding al verdadero vencedor de Bailén; que Bailén causó en el emperador y en toda Francia y Europa, una impronta verdaderamente fuerte que caló durante varios años; y que Réding era un general lo suficientemente importante como para que Napoleón recordase su nombre. ¿Cómo dejar pasar la ocasión, por tanto, de entregar esa frase a la novela y ponerla en boca de su autor?
La ambientación, en esta novela, pretende ser un personaje más. Las ciudades están descritas con profusión, sobre todo Avilés y Bailén. La labor de investigación es fundamental… siempre lo es, pero aquí hay que dar el todo por el todo y, al mismo tiempo, no avasallar al lector con detalles que jamás recordará. Pero… ¡es tan grande la tentación! Es en la descripción de los ambientes donde se puede ser muy fidedigno, aportando gran profundidad al relato y haciendo que tus personajes inventados paseen por ciudades reales tal y como eran en su época. De tal manera que si el maestro Alonso se asoma a la muralla de Avilés, derruida en 1819-1821, vea lo que con bastante seguridad pudo verse cuando estaba en pie. Y que cuando Tomás y Teresa caminan por Bailén, recorran plazas y calles que hoy no existen pero que dejaron su impronta en la ciudad. Los colores, los olores, las vistas, las distancias… mucho era parecido a hoy pero al mismo tiempo muy distinto.
Los sentimientos son otro cantar. Están influenciados, sin duda, por la época en la que se sitúa la acción, pero al tiempo, otros son universales desde La Ilíada y Homero.
Dice el maestro Arturo Pérez-Reverte que, en una novela, no importa tanto dónde y cuándo la sitúes; más bien, lo verdaderamente importante es si habla o no del Corazón del Hombre. Yo tardé en comprender eso, por lo que la novela comenzó más bien como un relato de humor ligero, debiendo rehacerla casi entera cuando fijé el foco en el corazón de unos personajes que, sí, ciertamente, se movían entre viajes, batallas y uniformes… pero eso dejó de ser lo fundamental. Y, así, todo, esquemas, desarrollo, planificación, líneas de tiempo, personajes… todo comenzó a recibir una fina lluvia de corazón de hombre.
¿Es importante cómo evoluciona el regimiento número 3 de Réding en la batalla de Bailén? Sí, es importante que lo que narras sea lo más veraz posible… pero más lo es situar a tu personaje ahí en medio, y contar qué siente cuando, a mediodía del 19 de julio de 1808, en la tierra seca y quemada que circunda Baylén, ocurrió esto…:
“Dupont desenvainó el sable.
-¡VIVE L'EMPEREUR!
Sus hombres le respondieron con su último hálito guerrero. Las columnas se formaron por última vez con todo lo que a los franceses les quedaba en pie, llegando hasta los siete mil hombres. Cargaron directamente hacia los cañones de Réding, a pie, con Dupont a caballo sable en mano.
En avant! En avant!
France! France!
FRANCE EN AVANT!
El sol quemaba la tierra que pisaba aquel enorme martillo azulado y sediento que avanzaba al paso de carga levantando cortinas de polvo. Alonso Torre Vega, maestro de escuela, se juró a sí mismo grabar aquella imagen en su memoria para, caso de sobrevivir, poder contárselo a sus hijos y a sus nietos. Las águilas doradas, las banderas tricolor, las bayonetas afiladas, manchadas y brillantes.
En avant! En avant par LA FRANCE!
Par l'Empereur!
Par la FRAAAANNCEEE!
Entonces, se desencadenó el Infierno.
El propio general Réding, apremiando a sus hombres aunque éstos no pudiesen oírle desde la cuesta del Molino, ordenó una descarga general de fusilería y artillería sobre las columnas de Dupont. El averno sobre la tierra árida. Los cañones escupían las balas, se refrescaban, volvían a limpiarse, se cargaban, estallaban, se aguaban, se limpiaban, rugían una y otra vez. Los fusiles, en primera línea, no daban más de sí. Alonso se vio a sí mismo otra vez con las manos quemadas, los oídos embotados, la conciencia sorda.
¡ESPAÑA! ¡ESPAÑA!
¡QUE NO PASEN! ¡SANTIAGO Y ESPAÑA!
A novecientos pasos de distancia, la columna francesa comenzó a horadarse ante los disparos enemigos…"
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Regimientos franceses se defienden de un ataque español en Bailén. (Créditos a quien correspondan) |