1. La Vieja Carpeta
Todo comenzó como un relato breve. Allá por el año 2005
comencé a tomar notas y recabar información sobre la batalla de Bailén.
Recuerdo que pensé: “Una gran batalla en julio en Andalucía… Debió ser el
infierno en la tierra.”
Pero la vida te lleva por caminos inescrutables, y aquellas
notas y primeras informaciones sobre Bailén quedaron archivadas en las
profundidades de una humilde carpeta de estudiante. Ese mismo año llegó la
licenciatura en Historia, el Curso de Adaptación al Profesorado, las primeras clases
como docente en prácticas… y el primer empleo. Mas éste no llegó en la rama de
Humanidades, sino en hostelería; es decir: camarero.
¿Por qué hablo de esto?
Al hablar del proceso de investigación y documentación, es
lógico pensar en montañas de polvorientos legajos, entrevistas personales y
telefónicas a especialistas en las materias en cuestión, viajes a los lugares
de los hechos, compra y préstamos de ingente cantidad de libros necesarios para
documentarte, leer y leer, subrayar y subrayar, hacer esquemas, tomar notas por
doquier, mucho café, quemar madrugadas, escuchar música acorde al momento en
cuestión, darle vueltas a la cabeza, garabatear palabras sin que te salga lo
que quieres, mirar y remirar los documentos buscando algo que conecte esto con
lo otro y lo de más allá…
… y al pensar en ello, todo es cierto. No cabe duda. Sin
embargo, existe otra documentación distinta en forma y fondo, y que no se
encuentra más que en ti mismo. Y aquí engancho el tema con el momento en que
comencé, aquel verano, a trabajar como camarero. Ahí comenzó “La Vieja Bandera”. Un camarero por horas
en agosto es, en verdad, un peldaño bastante bajo de la escalera. Sin embargo,
y precisamente gracias a ello, no cesé de tomar notas (mentales) sobre cómo se
interrelacionan los seres humanos en esos diferentes niveles. Pensad, por
favor, en la importancia capital de estos hechos a la hora de escribir.
Ya con otro trabajo en una notaría de Madrid, unos años
después, desempolvé la vieja carpeta y Bailén acudió a mi mente con más fuerza
y resonancia, y yo lo recibí con mayor poso de experiencia y más huellas de
letras en yemas de los dedos.
No me fue demasiado complicado, al comenzar a escribir,
recrear a personajes como por ejemplo Tomás Arango, el mulero. En los bares y restaurantes trabajé codo con codo con
muchos Tomases. Los vi de cerca, los
escuché hablar, gastar bromas soeces y burdas y, al rato, cuando creían que
nadie les veía, mudar el gesto y ensombrecer el semblante, asomando a sus caras
la severidad de las huellas de sus vidas.
Esa fue la primera documentación, la primigenia
investigación.
2. Para empezar… ¿dónde quiero terminar?
Lo he dicho ya en varias ocasiones: siempre me ha llamado la
atención que, a la hora de hablar de la historia de España, se resalten más las
derrotas, los hechos oscuros, las vidas de reyes… Ahí están los centenarios de
la guerra de Cuba, de la muerte de Felipe II, del desastre de la Armada
Invencible, de la matanza de Annual, de Trafalgar… o del propio Dos de Mayo de
1808. No es que preconice lo contrario, ni tampoco tiene nada que ver en esta
cuestión el nacionalismo. Por el contrario, creo que el verdadero juicio lo
traen las derrotas... y las victorias, pues en ambos casos hay cosas que aprender,
jugo que extraer, enseñanzas que mostrar. Es decir, hablemos de la Inquisición,
pero también de Blas de Lezo en la defensa de Cartagena de Indias, del marino y científico Jorge Juan o del conquistador Lope de Aguirre, quien fue al tiempo cruento líder y rebelde contra su rey... No sólo de Torquemada, sino también de fray Hernando de Talavera. No sólo de la decadencia del hidalgo Alonso Quijano sino también de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos", según el propio Cervantes. Entiendo que la
tentación literaria y cinematográfica de mostrar la derrota es grande, pues en
ésta afloran con facilidad las miserias de los hombres, y también los
heroísmos, muchas veces sordos o inútiles.
Pero, eso mismo, también está en las victorias.
En la victoria hay sufrimiento, mezquindad, cobardía,
heroísmo… En ocasiones, las victorias están conformadas por pequeños átomos de
múltiples pequeñas derrotas, algunas personales, otras por la fuerza de las
armas. Para llegar a la victoria hay que padecer, y muchas veces hay que perder
cosas irrecuperables. Puedes ganar, pero a partir de ese día quizá no seas el
mismo.
Bailén tenía todo eso.
Pero… ¿empezaría mi historia directamente ahí? La cantidad de
novelas es ingente. Grandes maestros han tratado las guerras. Por tanto, mi
intención no era reinventar la literatura sino, siguiendo a Arturo
Pérez-Reverte, hacer dos cosas:
-Escribir el libro que me gustaría leer.
-Hablar del corazón del Hombre.
La página en blanco te provoca muchos anhelos e
inseguridades, pero al mismo tiempo te ofrece grandes expectativas. Es como una
cámara de cine en tus manos. Tú eliges dónde colocarla, que planos mostrar,
aquí un primer plano, aquí uno general, exterior-noche, etc…
¿Qué libro me gustaría leer? Bien, sabía que quería llegar a
Bailén, pero no tan deprisa. Deseaba disfrutar del trayecto, que casi siempre
es lo mejor. Así que rebusqué dentro de mí y, sin esfuerzo, afloró mi ciudad:
Avilés. Esa pequeña villa del norte de Asturias, milenaria, me ofrecía muchas
posibilidades. Apenas aparece en unas pocas novelas, su historia es fecunda, la
conozco relativamente bien, la documentación era accesible, y el periodo de la
ciudad en la guerra de Independencia era algo misterioso y, por tanto, muy
interesante. De tal manera que, sí, me gustaría leer una novela que comenzase
en el Avilés jamás recreado de 1808. Publicaciones, separatas, libros, legajos
del Archivo Histórico municipal, entrevistas… Todo estaba ahí, y todo empezaba
a enredarse más y más. Surgieron dos protagonistas: Alonso y Tomás. Alonso
Torre Vega es el maestro de la escuela de primeras letras de la villa. Vale,
perfecto… ¿Dónde estaba la escuela de primeras letras en 1808? ¿Cuánto ganaba
un maestro? ¿Cómo estaba considerado socialmente? ¿Todos los niños iban a la
escuela?...
Hay datos que, sin ser trascendentales para el corazón de la historia, le añaden
profundidad, veracidad, y el lector al leerlos aunque sea de pasada, se
zambulle más en la trama, ve que los decorados que muestras con tu cámara no
son de cartón-piedra sino reales. No sólo, por ejemplo, que la calle de Rivero
actual fuese por entonces del Ribero.
No. Yo quería que el lector viese esa
calle tal como podría haber sido por entonces, cómo olía, qué se veía si se
levantaba la vista y se miraba lejos. Pero también hay un peligro: la
sobreexposición de detalles distrae y cansa al lector. Hay cosas que no son
necesarias. Y ese equilibrio entre lo conveniente y lo excesivo, es, como
imaginaréis, muy difícil.
De manera que, teniendo situados a los personajes de Avilés
(Alonso, su madre Catalina, Tomás el mulero, el hidalgo Llano Ponte, fray Alejo
y otros)… ¿cómo diantres llego a Andalucía? Porque esto estaba claro: mi cámara
iría de Avilés hasta Bailén.
Ahí comienza el trabajo no tanto de documentación sino de
trabajar en la trama en sí, aunque siempre te apoyas en la primera para enlazar
y empastar los rudimentos de la segunda. Y, además, conforme creas trama,
necesitas más documentación…
3. Road movie
“Piénsalo… es como una road movie”. No lo había visto así, pero
era tan evidente que quizá por eso no lo había pensado hasta que Alberto
Pertejo, mi editor, me lo comentó en una de nuestras reuniones. Partiendo de Avilés, una vez hecho el esfuerzo
de crear personajes, recrear la ciudad y
establecer los pilares de la trama, ésta queda planificada y esquematizada.
Quiero decir, no se escribe como en los tiempos de aficionado, ni en los ratos
libres. El guión se planifica, y la narración queda establecida bastante detalladamente hasta dónde quieres llegar
(por supuesto, sometida a cambios, modificaciones y matices). De esta manera, y
no siendo escritor profesional (hay que trabajar de 8 a 15, o de 9 a 19:30, y
tener una vida además de todo eso), tuve que combinar el proceso puro y duro de
la escritura con la labor de investigación. Como conducir un tren y al mismo
tiempo poner los raíles y las traviesas de la vía.
Avilés… Oviedo, Madrid y Móstoles.
Nuestra cámara no es que sobrevuele esos lugares antes de mostrar Bailén:
penetra en ellos, nos muestra las calles, plazas, tabernas, abacerías, sueldos,
menús, estratos sociales, hablas y gracejos característicos, modas, paisajes…
El hombre, por entonces, estaba muy atado a su tierra. Era importante mostrar
las ciudades a la cámara, en su grandeza y miseria, de tal forma que casi
fuesen un personaje más de la novela. Así que más documentación, más visitas,
más entrevistas telefónicas, más cuestionarios por correo electrónico… En este
proceso me he encontrado gente muy amable y desprendida. No me he sentido
observado por encima del hombro por el hecho de ser un escritor novel. David
Martín, historiador de Móstoles, Servando Fernández, cronista de Navia, José
Luis Calvo, miembro de la Asociación de Recreación Histórica de Asturias,
Covadonga Cienfuegos, archivera del Archivo Histórico de Avilés, el personal
del Archivo Histórico de Asturias, el de la Biblioteca Nacional, el de la
Biblioteca del Instituto Cervantes, el profesor Evaristo Martínez-Radío,
Octavio, encargado de la oficina de turismo de Navia… todos me ayudaron
desinteresadamente. Y no lo digo de manera gratuita. No es que te den la clave, la piedra roseta de tu
historia… sino que te dicen “busca aquí”, “mira allí”, “eso no era así”… salvo
un caso: Juan Soriano Izquierdo, cronista de Bailén hasta 2009, me proporcionó…
no, mejor dicho: viajó conmigo hasta el Bailén de 1808. Persona amable y
afable, me guió por las calles y plazas, “aquí estaba tu mesón Majuelo, aquí tu
querida posada de diligencias”; fue espectacular visitar el angosto camino y el paso del puente que cruzó
el ejército de Dupont aquella madrugada del 19 de julio de 1808, y ver cómo el
dedo de Juan Soriano señalaba las posiciones españolas, los cerros, las hazas,
“allí estaba la sección central de la artillería de Reding”… Pude ver el color
de la hierba, la luz entre los árboles del sendero, oler el aire, escuchar el
viento. Eso es investigación, es viajar a tu propio libro. Poder contar los
pasos de anchura de una calle, tocar los árboles de Recoletos evocando a Teresa
y Alonso, cruzar en diagonal la Puerta del Sol emulando a Tomás el mulero…
También hay veces que se hace muy
cuesta arriba el asunto. Por ejemplo, yo no puedo cruzar el puerto de Pajares
de Asturias a León de madrugada bajo una ventisca… pero Jovellanos sí, y
anotarlos en sus Diarios, y yo doscientos
años después tomar notas de ellos.
Creo que el libro ha quedado muy
vivo. Quiero decir, los pasos resuenan en las calles, la artillería central del
general Reding vuelve a atronar 205 años después, las aves retornan a las
marismas de Zeluán rumbo al campanario de la vieja iglesia de Avilés, la tinta
vuelve a emborronar los legajos del bando de los alcaldes de Móstoles, la
sangre tiñe de nuevo la puerta del Sol, la entrada al parque de artillería de
Monteleón sigue enhiesta, el viejo palacio de la Audiencia Provincial de
Oviedo, el palacete de los Llano Ponte de Avilés hoy cerrado a cal y canto...
retornan, vuelven, nos miran, nos acechan, lectores y personajes, y al propio
autor.
Al fin y al cabo, no somos sino lo que fuimos.